La libertad es uno de los principios básicos de sociedades democráticas como la salvadoreña. La tutela la Constitución de la República que, por ejemplo, en su artículo 4 dice así: “Toda persona es libre en la República… Nadie puede ser sometido a servidumbre ni a ninguna otra condición que menoscabe su dignidad”.

Me parece necesario proteger la libertad “por decreto” pero de poco sirve la ley sin instrumentos reales para desarrollar y potenciar las capacidades que tutela. Y considero que para ser libres es fundamental la educación.

No cualquier educación, sino una que nos permita comprender el mundo que nos rodea, insertarnos en él y disfrutarlo en todas sus dimensiones. Una educación que incluya la formación de capacidades para convertirnos en personas productivas, pero también en ciudadanos críticos y, sobre todo, que nos dé las herramientas para ser felices. Esta educación comienza en el hogar, se formaliza en la escuela, y se desarrolla y potencia en la comunidad y en los diferentes entornos en que las personas se desenvuelven.

Es posible que, en El Salvador, algunos tengan la suerte de recibir este tipo de educación. Sin embargo, muchos no lo hacen. Si pensamos en la educación impartida en las escuelas —la que el Estado debe potenciar y apoyar—, tenemos una educación heterogénea con brechas de calidad que se explican mayoritariamente por la condición socioeconómica y la zona de residencia. La educación pública tiene peor desempeño promedio que la privada, la educación rural se encuentra históricamente abandonada y, en las zonas más populares de las principales ciudades, las escuelas están asediadas por la violencia y los jóvenes que no estudian ni trabajan son cada vez más.

Estos niños y jóvenes que están rezagados educativamente están también restringidos en su libertad y podrían incluso estar en riesgo de padecer diversas formas de “servidumbre”: no desarrollarán su potencial innato al máximo, seguramente tendrán dificultades para insertarse laboralmente, lo que comprometerá sus posibilidades de subsistencia. Y no hay que olvidar que las dificultades económicas restringen las opciones de vida para las personas y para su descendencia, lo que crea círculos viciosos de discriminación y marginación.  En estas condiciones es difícil querer o poder ejercer una ciudadanía activa, crítica e informada. Pero, sobre todo, en estas condiciones es difícil ser feliz.

La libertad es una característica innata del ser humano, en todos nosotros reside el potencial, la pulsión de ser libres. Sin embargo, esa libertad se potencia, se fortalece y se realiza en gran medida por medio de la educación. El lugar de la educación formal al que acceden 9 de 10 salvadoreños es la escuela pública, ese es un espacio privilegiado para proteger la libertad de la que habla la Constitución, ¡hagámoslo! Recuperemos la educación pública de calidad.