Sabía Usted, que según el MINED (2017), de los 990,797 matriculados en educación básica, a nivel nacional, el 87% asiste a una escuela pública y el restante 13% a una institución privada. Con la excepción de 3 departamentos (San Salvador, La Libertad y Santa Ana), donde el número de estudiantes inscritos en centro privados puede acercarse a 2 ó 3 (en la capital) por cada 10 estudiantes; en el resto del país, la escuela pública es el espacio donde comparten su proceso de enseñanza aprendizaje 9 de cada 10 de nuestros niños y niñas.
Desde la perspectiva económica, la escuela pública, es el lugar donde deben desarrollarse las competencias productivas para ingresar a los mercados laborales; desde la sociología, es ahí, donde sin importar el origen socioeconómico de los niños y niñas, todos y todas encuentran una posibilidad para superar las limitaciones del hogar en que nacieron; desde la política, es el mejor lugar para fortalecer nuestra democracia y para aprender a convivir como ciudadanos responsables, solidarios y activos; y desde nuestras aspiraciones más sentidas, la escuela pública es la promesa de superar la pobreza que muchos padres y madres de familia aún conservan en la adversidad. En resumen, es el único lugar que tenemos para formar la conciencia común de un “nosotros” como salvadoreños y salvadoreñas para transformar nuestra sociedad. Las grandes democracias contemporáneas se desarrollaron gracias a la construcción de una sólida escuela pública como motor del desarrollo productivo y de la identidad nacional
Si sabemos todo esto, y lo escuchamos tan a menudo, ¿por qué no hacemos lo suficiente para mejorar su calidad? En primer lugar, porque para algunos pocos, la educación pública es algo muy lejano que no les interpela cotidianamente. En segundo término, muchos piensan que es responsabilidad del gobierno y ellos son los culpables (sin importar el partido político) de la calidad de nuestras escuelas públicas. Finalmente, otros grupos utilizan la escuela pública solamente como un eslogan de campaña, sabiendo que impulsar y apoyar las reformas necesarias (en términos de financiamiento y costo político) no les producirá beneficios electorales inmediatos. En resumen, muchos creemos que es responsabilidad de alguien más y otros, que no les conviene hacerlo. El verdadero desafío es hacer de nuestras escuelas públicas una prioridad real, tanto para el gobierno central y local como para los empresarios y para la ciudadanía. Esta convicción como sociedad es fundamental para cambiar el país. Es ahí donde debemos comenzar y mientras más rápido mejor.
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